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  LOS JOVENES 26-04-2024 17:49 (UTC)
   
 

LOS JOVENES NO SON EL FUTURO, SON EL PRESENTE

Según Sonia Bialkamien, “El ser humano nace con dos categorías de instintos: el del amor-autoconservación y conservación de la especie-y otro, el agresivo-destructivo, de muerte- lo cual requiere cuidados que le permitan un adecuado desarrollo físico y un sano desarrollo emocional”. Y para ello se necesita aprobación, reconocimiento, apoyo a la autoestima, amor y compresión.
 
El joven necesita de estimulación, requiere que se le comprendan sus procesos internos, que se le ayude, que se le escuche, que se le valore. El rechazo conduce a su mayor aislamiento, a las drogas y al alcohol, a un laberinto sin salida. Bien sabemos que “toda energía que no se utiliza para la paz, se utiliza para la violencia y la destrucción”.
 
Los jóvenes no son solamente “rumba” y frivolidad, ellos luchan por mejorar su nivel de calidad de vida, están abiertos al cambio. Según una investigación del Centro Nacional de Consultoría, “el amor, la familia y la buena salud les produce felicidad; las enfermedades, y los conflictos familiares les hace infelices y, la falta de dinero, estar sin amigos y no poder educarse, les crea incertidumbre”.
 
Un informe del Periódico El Tiempo pblicado el 19 de Agosto de 2007 sobre
una encuesta, presentada en Bogotá, realizada a 470 jóvenes, del mismo número de colegios, entre los 7 y 17 años, reveló que, el 51,6 por ciento de ellos conoce algún compañero que se ha suicidado o que lo ha intentado, y el 25,4 ha pensando en hacerlo. Según la opinión del psiquiatra Felipe Atalaya, "los gestos suicidas son llamados de atención, un pedido de auxilio".
 
Dice que una de las características del adolescente es el cuestionamiento de la vida. "Sin embargo, algunos de los jóvenes que se quitan la vida lo hacen no porque se quieren matar sino por un alto grado de impulsividad".
 
La encuesta dice que: El 32,4 por ciento dice que sus compañeros fueron discriminados por su raza, el 19,1 por su religión y el 12,1 por ser desplazados.
 
Yo también tuve 20 años, se de sueños e ilusiones juveniles. Conozco, por mi hija y mi hijo, lo que sienten, lo que esperan y lo que sueñan hoy los jóvenes colombianos. Y por haber recorrido durante muchos años el país, compartiendo con ellos sobre sus angustias, expectativas, necesidades, gustos, problemas y prioridades, se con claridad lo que debe  hacer el Estado para responder a la abandonada y olvidada juventud colombiana.
 
Se también que el país que los jóvenes están heredando hoy, no es el que desean. Ellos conforman el grupo humano más numeroso de Colombia, más de la mitad de nuestra población está integrada por mujeres y hombres menores de 25 años. Es el conglomerado social más voluminoso y capaz, actuando para bien o para mal. Es la fuerza que puede hacer el cambio en el país.
 
Los jóvenes colombianos están reclamando un espacio para exponer sus ideas y propuestas, piden que se les escuche.¡Quieren integrarse a la dinámica de la organización y participación ciudadana!
 
Los jóvenes representan la mayor desigualdad social y económica de Colombia. El Estado, el gobierno y el Congreso están en deuda con ellos, deben abrirles vías de participación en pos de una vida justa, equitativa y más humana. La juventud es víctima del marginamiento social, político, económico y cultural. Y bajo la óptica pesimista de la sociedad, a muchos se les trata como un lastre, como seres inútiles. Se descubre en ellos a enemigos públicos en lugar de estimular su potencial humano, el más importante de Colombia.
 
No se señalan las injusticias que se cometen contra los jóvenes, pero sí sus comportamientos negativos. No se profundiza en la causa verdadera de su realidad, ni en la falta de oportunidades, de estímulos, ni en sus acciones positivas, ni el freno que les causa nuestras estructuras cerradas e injustas, ni la carencia de comunicación familiar o con su entorno, ni la violencia que este les prodiga. Se olvida que los jóvenes son la semilla de nuevas familias que requieren de techo donde cobijarse y que muchas veces de ellos depende el sustento de hogares con esposa, hijos, hermanos, padres y, hasta abuelos.
 
Muchos jóvenes rechazados, desocupados, sin trabajo, se reúnen a compartir vivencias de desamor y tristezas. Y de allí: a la pandilla. El 30 por ciento de los delitos cometidos en el país son realizados por jóvenes; Infinidad de ellos aprenden a vivir en la calle, que con la televisión, son la única escuela que tienen para aprender la vida. Su frustrante realidad, su mundo sin eco, sin diálogo, sin estímulo y plagado de mensajes negativos los educa solo para la violencia, y la intolerancia. Ellos también tienen sueños e ilusiones, y desean la paz. Los une la vecindad, la edad, la rebeldía, sus éxitos o el sin sentido de sus vidas. La amistad y la lealtad son sus mayores valores. Tienen un inmenso potencial de esperanza que necesita respuesta.
 
El Estado que ignora sus intereses, necesidades, ideales, metas y preocupaciones, debe reencausar sus políticas para responder acertadamente a sus justas expectativas. Desafortunadamente hay jóvenes colombianos que tienen una concepción diferente del valor de la vida, porque enfrentan la muerte de manera más constante y cercana que los de generaciones anteriores y, si su energía, o su potencial creativo, constructivo, se desperdicia y si no los apoyamos en la etapa más importante de su vida, muchos más podrían llegar a la violencia y a la insolidaridad.
 
En contraste con la visión apocalíptica de infinidad de jóvenes sin respuesta social, sin oportunidades, muchos otros casos se tornan en esperanza, en fe,. Pongo como ejemplo a jóvenes cargados de energía positiva, con oportunidades forjadas a pulso y con méritos, que dan sorprendentes frutos y ejemplos que dignifican su condición. Su participación en la vida democrática nacional ha dejado conquistas como “La Séptima Papeleta”, madre de la actual Constitución Colombiana. Millones de jóvenes han sido y son solidaridad social en salud, educación, salvamento de vidas,   servicios   para la paz o para la acción civil constructiva, en todas las regiones de Colombia. Y qué no decir de los impulsadores de las gigantescas marchas nacionales por la paz.
 
Muchas mujeres jóvenes, atienden gran parte de los miles de hogares de Bienestar Familiar y “ejércitos” de hombres y mujeres luchan  codo a codo por una Colombia mejor en organizaciones campesinas , comunitarias y femeninas, en el sector solidario, de hospitales, microempresas, o en deporte, a veces casi sin apoyo. ¿Cuántas acciones heroicas protagonizan jóvenes que salvan vidas en forma anónima? Y otros luchan con esfuerzo para ascender socialmente, estudiando con sacrificios para poder terminar un bachillerato, o una carrera. De esa pléyade también hacen parte infinidad de Jóvenes soldados y policías que en actos cívicos, de valor, entregan sus vidas por Colombia.
 
Hay muchachos que manejan mejor el crimen que las virtudes, porque terminaron colocando al servicio del mal y de la destrucción su capacidad física, su mente, y sus energías, tal vez porque la sociedad y el Estado ni se enteraron de que intentaron ser jóvenes de bien, pero no se les escuchó, ni estimuló, y se dilapidó su mejor potencial. 
 
Del otro lado de la realidad nacional están los jóvenes que han podido proyectar con sacrificio y con esfuerzo su ascenso social, los que tuvieron respuesta, los que fueron escuchados y estimulados, los que fueron afortunados, los que a pesar de su tragedia expusieron sus propios méritos, los hombres y mujeres que casi heroicamente logran un bachillerato, o una carrera profesional, los que han tenido la oportunidad de ser comprendidos, quienes han derrotado a la adversidad, porque nacieron para luchar contra todo obstáculo, ellos son ejemplo multiplicador que el país debe conocer.
 
Se necesitan planes de apoyo del Estado a la autoestima de la juventud colombiana para evitar, entre otras cosas, que sigan huyendo de la patria jóvenes con talento porque no fueron valorados aquí. La juventud necesita de estímulos, oportunidades y trabajo. Requiere que se comprendan sus procesos internos, que se les escuche y valore. El rechazo conduce a su aislamiento, a las drogas y al alcohol. Bien sabemos que “toda energía que no se utiliza para la paz, se utiliza para la violencia y la destrucción”.
 
Mi posición es consecuente con mi pensamiento, desde hace muchos años me preocupa la realidad de los jóvenes. Quienes orientamos al país, debemos recordar que ellos están del lado de las causas más nobles o de las más envilecedoras, pero están, porque no son el futuro sino el presente.
 
Para ellos faltan espacios educativos, laborales y culturales; pero los jóvenes siguen demostrando que si les dan la oportunidad, responden positivamente. Se deben abrir espacios diseñando un país para ellos, que los incluya en sus planes de desarrollo, que los aleje de las drogas, y que los prepare para asumir el control de la Nación.
 
A veces uno piensa que ni la sociedad ni el Estado, se han dado cuenta que los jóvenes desorientados pueden convertirse en una amenaza para la estabilidad real del país, actuantes en vulnerables escenarios de la vida nacional, como delincuentes, en la guerrilla, en las violentas pandillas juveniles, dentro del narcotráfico, sin rumbo en su transición en la etapa adulta, si es que a ella llegan porque el 67.6% de las muertes en Colombia por causa violenta -corresponden a jóvenes entre 15 y 19 años, según el Ministerio de Salud.
 
El 41% de los suicidios que se presentan en el país corresponden a menores de 16 años, debido a depresión por conflictos familiares, bajo rendimiento escolar, ruptura de una amistad o una relación amorosa, enfermedad o consumo de drogas y alcohol. Es necesario que hagamos por ellos todo cuanto como podamos
 
Según El Espectador, a pesar de todo, “el 71% de los jóvenes es optimista con el futuro de país”. Ahí está su potencial de esperanza esperando una respuesta adecuada de padres, educadores, medios de comunicación y del Estado.
 
Optica pesimista
Una investigación hecha en 1993 por la Consejería para la Juventud, la Familia y la Mujer, de la Presidencia de la República, reveló que, “el 70% de los desempleados son menores de 20 años y el 47% no tiene acceso al bachillerato”.
 
En cuanto a las mujeres jóvenes se estableció que, “el 10% de las mujeres colombianas entre 15 y 19 años, ya son madres”. Como si todo lo anterior fuera poco, el 63% de la población carcelaria, es menor de 24 años.
 
Los jóvenes son quienes están en mayor desigualdad social y económica: marginados y más cercanos a la droga y al alcohol. El Estado está en deuda con ellos, el país debe abrirles vías de participación en pos de una vida más justa, más equitativa y más humana. Los jóvenes son vistos bajo la óptica pesimista que va más allá del marginamiento social, político, económico y cultural, ignorados hasta por la televisión estatal que les emite producciones inútiles para su formación.
 
También bajo la óptica pesimista, se les trata como un lastre, como maleantes, drogadictos, prostitutas o padres precoces... inútiles. Se ve en ellos al enemigo público, al antisocial, en lugar de descubrir su recurso humano potencial.
 
Poco se tienen en cuenta las injusticias cometidas contra ellos, pero mucho los comportamientos sociales negativos en que están involucrados, como la droga y el alcohol, al que llegaron por causa de vivencias personales negativas.
 
Poco se profundiza en la causa verdadera de su realidad, ni cuenta la falta de oportunidades, de estímulos, de atención y premio a sus acciones positivas, ni el freno que les causa nuestras estructuras cerradas e injustas, ni la carencia de comunicación familiar, o la violencia que ésta les prodiga. Se olvida que el joven es el origen de una nueva familia que requiere de techo donde cobijarse y que muchas veces de él depende una familia integrada por hermanos, padres y, hasta abuelos.
 
Seis de cada diez pandilleros juveniles provienen de hogares bien constituidos, con presencia de los dos padres. No es totalmente cierto que la pobreza genere la violencia y los comportamientos antisociales, lo hace más la falta de afecto y de estímulo. Cuando el amor y el reconocimiento familiar fallan, los jóvenes encuentran la apertura que les niega su hogar, en los amigos de la calle, que a veces se convierten en “amistades peligrosas”.
 
Las pandillas juveniles
Rechazados por la sociedad como consecuencia de los problemas de violencia que vive hoy Colombia, muchos jóvenes se reúnen a compartir vivencias de desamor, vicios, comida, tristezas y alegrías. Y de allí: a la pandilla. El 30 por ciento de los delitos cometidos en el país son realizados por muchachos de 12 a 15 años. Los jóvenes aprenden a vivir, en la calle. La droga es su gran salida pues les permite alejarse de su cruel realidad, de su miseria, de su mundo sin eco, sin diálogo, sin respuesta, sin estímulo.  
 
Pero no hay que olvidar los jóvenes, también tienen sueños e ilusiones. Los une la vecindad, la edad, la rebeldía o el sin sentido de sus vidas. La amistad y la lealtad son sus mayores valores; y a pesar de todo, desean la paz.
 
Su ideal no es consumir drogas y alcohol, o delinquir, simplemente se trata de ganar interés entre sus compañeros, destacarse y rechazar la indiferencia familiar y social que tanto mal les hace. El “rock”, el “rap” o el “metal”, son otra de sus vías de escape. Es un lenguaje que expresa su odio por un sistema que no les escucha ni les ofrece oportunidades. 
 
Asumiendo que no son el futuro sino el presente de Colombia, es necesario entender que los jóvenes a quienes se ignora en sus intereses, necesidades, ideales, metas y preocupaciones, o en su forma de vivir, están cansados de que les llamen “ñeros”, “gomelos”, “frívolos” o “irresponsables”. Tienen una concepción diferente del valor de la vida, les gusta estar más cerca del riesgo y necesitan integrarse. 
 
Enfrentan la muerte de manera más constante y cercana que sus generaciones anteriores y, si su potencial creativo, constructivo, se desperdicia, si se encuentran desorientados en la etapa más importante de su vida, pueden llegar a la droga, al alcohol, a la violencia, y en los sectores más deprimidos, al sicariato y la insensibilidad total.
Optica optimista
Pero hay otra visión,  de esperanza, de fe. Los jóvenes cargados de energías, dan frutos y ejemplos que dignifican su condición. Su participación en la vida democrática nacional deja grandes conquistas, como “La Séptima Papeleta”, madre de la Nueva Constitución. Infinidad de jóvenes en todas las regiones de Colombia, han sido y son solidaridad social en salud, educación, salvamento de vidas, o servicio para la paz, y han sido los jóvenes los organizadores e impulsadores de las millonarias marchas por la paz en Colombia.
 
Es valioso el servicio que prestan a la sociedad y al país los socorristas de la Cruz Roja, la Defensa Civil, Los jóvenes alfabetizadores, los vigías, de la salud, los scouts, los activistas sociales del SENA, los bomberos, los brigadistas de salud, las organizaciones sociales escolares, los jóvenes que trabajan en más de 40.000 juntas de acción comunal, en barrios y veredas, empeñados en conseguir los más importantes servicios públicos para sus comunidades; las jóvenes mujeres que atienden gran parte de los 70.000 hogares de Bienestar Familiar, los hombres y mujeres que, codo a codo, luchan por una Colombia mejor en las organizaciones campesinas, en las microempresas, en el sector solidario, en las organizaciones femeninas, en los hospitales, en el deporte. 
 
Cuantas acciones heroicas juveniles que salvan vidas se presentan cada año en el país sin que se reconozcan. Allá en el anonimato de las selvas, en el campo, en las ciudades, dan ejemplo de amor y justifican que se de un estímulo a los jóvenes, hombres y mujeres silenciosas que construyen a Colombia y que son ejemplo de solidaridad, sacrificio y amor al prójimo. De esa juventud también hacen parte miles de soldados y policías que sacan la cara por sus instituciones con actos de valor y de amor por la comunidad.
 
Para poner el pecho
Para reflexionar un poco más sobre la problemática de la juventud, es indispensable volver a las causas del desperdicio de la energía y los valores de la juventud colombiana,
 
Un muchacho declaró a Semana: “Somos útiles solo para ponerle el pecho a las balas cuando prestamos el servicio militar, pero no nos tienen en cuenta para nada más”.
 
Tristemente, millares de jóvenes colombianos en las montañas, en el campo y en la ciudad, están ya listos a los 10 o 12 años, para matar, pues esa es la única cultura que han adquirido. Una nueva profesión practicada fundamentalmente por los jóvenes, se extiende por la geografía colombiana: la de los sicarios. Ellos manejan mejor la profesión del crimen y la delincuencia que las virtudes, porque pusieron al servicio del mal su mente y sus energías, tal vez porque la sociedad y el Estado no supieron que alguna vez intentaron ser jóvenes de bien pero nadie les escuchó, ni comprendió, ni apoyó, Talentos que pudieron estar al servicio del bien, se quedaron del lado de la destrucción.  
 
La energía, la decisión, la entrega y el ímpetu de los jóvenes y su capacidad de sacrificio hasta llegar a la entrega de su vida en aras de lo que se comprometen, les enmarca entre lo peor o lo mejor. Ellos jóvenes están del lado de las causas más nobles o de las más envilecedoras, pero están, porque ellos no son el futuro sino el presente de Colombia. 
 
Ejércitos de jóvenes delincuentes sacuden al país, en todas sus latitudes: maleantes, drogadictos, pandilleros, terroristas, secuestradores, violentos y rebeldes; abandonados por el Estado, la familia y la sociedad, están desangrando a una patria adolorida, ellos son el presente de Colombia.
 
Bien vale la pena estar de su lado, tratar de hacer algo para ayudarles, para buscar el reconocimiento nacional a sus grandes valores
 
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